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Lo punki es ser franquista
Cincuenta años después de su muerte, los jóvenes glorifican la dictadura: ¿rebeldes o ignorantes?
MADRID |

Dicen que olvidar a alguien que se ha ido es condenarle a la verdadera muerte. Una idea que muchos quieren extender sobre la época más negra de nuestra Historia como país. El silencio instaurado —de nuevo— como sinónimo para ocultar lo que pasó. ¿Cómo se aprende a olvidar si hay sangre brotando de heridas que no han conocido sutura alguna? ¿Cómo se sigue cuando hay fusilados que gritan justicia desde las cunetas, bebés robados que ya tienen descendencia, mujeres heridas por el Patronato de Protección y cartillas de racionamiento que aún se conservan en los archivos familiares?

En España tendemos a tener memoria selectiva. Corremos un (es)tupido velo sobre realidades que incomodan, sobre cuestiones que merecen un debate público intergeneracional. ¿La gestión de las residencias? Silencio ¿Qué las víctimas de la Dana quieren hablar? Silencio ¿Los errores en los cribados de cáncer de mama? Silencio. El silencio como animal de compañía, esa losa que nos arrastra a las profundidades del abismo de la más pura ignorancia. Es fácil hablar de olvido cuando no se te ha mutilado el alma.

Se cumplen 50 años de la muerte del dictador, pero no del Franquismo. España no tuvo un periodo de reflexión, millones de españoles no recibieron una disculpa. No tuvimos juicios al estilo Núremberg, pero sí altos cargos franquistas con títulos nobiliarios, un Rey elegido a dedo y una estela construida por Franco y por la España que él creía como próspera.

Con todo el dolor de mi corazón filólogo tengo que desmentir a Miguel de Unamuno. En el paraninfo de la Universidad de Salamanca, en octubre de 1936 el bilbaíno se atrevió a mirar a Franco para decirle que “vencerían, pero no convencerían”. Si levantase la boina, no reconocería la juventud que con loas se pone el pin de transgresor mientras hace el saludo romano y canta las bondades de una dictadura que no sufrieron.

Glorificar el fascismo no es más que un acto de rebeldía vacía, de tirar por los suelos todo por lo que lucharon nuestros abuelos, de escupir en la cara a nuestros padres que se dejaron el lomo trabajando para que nosotros pudiéramos conseguir lo que un día ellos solo pudieron soñar. Es fácil ser fascista en un país libre, lo difícil es ser libre en un país fascista.

La ignorancia es atrevida y el conocimiento reservado. Tendremos más estudios que nuestros bisabuelos, pero no por ello sabemos más de la vida. Puede ser que esta vida de privilegiados y derechos asegurados haya contagiado la ceguera a miles de jóvenes para escorarse a la extremaderecha. Incomprensible que lo punki ahora sea ser franquista. En este contexto de amnesia conveniente, ¿cómo no iban a coquetear con el Franquismo? Que una generación que lo ha tenido todo vanaglorie la dictadura es una muestra más de que La Transición cumplió su objetivo.

Si olvidar es condenar a la muerte, recordar es el único acto de justicia que podemos ofrecer a quienes aún cargan con las cicatrices del pasado. No se trata de abrir viejas heridas por masoquismo, sino de suturar por fin aquellas que han sangrado durante décadas. La memoria asegura que la libertad que hoy se da por sentada no sea el próximo derecho sacrificado por algún punki nostálgico.