Nos encontramos en un momento de la historia de la Humanidad donde el feminismo, hoy más que nunca, se reescribe y defiende en los hogares, en las aulas, en los puestos de trabajo, en las calles. Cierto que no sucede en todos los lugares del planeta, y ni siquiera la franja que delimita ese hecho es sólo geopolítica, pero sí existen cada vez más espacios de diálogo y comunicación con la parte del mundo que política, social y económicamente es menos permeable al cambio.
Desde 1947, con la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer (CSW), reunida en Lake Success (Nueva York), se establecieron por primera vez acuerdos y normas en materia de discriminación de la mujer y se modificaron leyes en aras de una nueva sensibilización a nivel mundial. España todavía habría que esperar hasta 2004 para aprobar la Ley integral contra la Violencia de Género, o hasta 2007 para que se aprobara la Ley para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres.
Por otro lado, el feminismo, como movimiento ético y social que defiende el derecho individual y colectivo de la mujer vulnerado por la relación de poder que el hombre ha ejercido y ejerce sobre ella, es, paralelamente, un movimiento integrador de los demás derechos humanos, pues la discriminación hacia la mujer alcanza a la llevada a cabo sobre otros grupos poblacionales por su condición étnica, por su extracción social, por el uso y abuso de sus recursos naturales y de la tierra donde nacen, degradando la parte de medio ambiente del planeta que trasciende a la otra parte.
Es por ello por lo que el feminismo realiza una labor inevitable de observancia sobre la discriminación humana en su conjunto, que no sólo protege a las mujeres por la vulneración de sus derechos, sino que atraviesa y condiciona doblemente a aquellas que se encuentran en las regiones del mundo más desfavorecidas o pertenecen a comunidades campesinas o indígenas, y que ven amenazados y degradados sus territorios, su entorno natural, sus medios de subsistencia, encontrándose desplazadas y abocadas a la exclusión social.
Es por ello por lo que el feminismo realiza una labor inevitable de observancia sobre la discriminación humana en su conjunto
El feminismo señala que el hecho de ser mujer no sólo es causa sino también consecuencia de la precariedad, del subdesarrollo económico, social y de modelos educativos obsoletos, así como de la discriminación étnica y racial y, por tanto, del doble abandono en materia política y legislativa al que se ven sometidas ellas principalmente, aunque también sus coterráneos varones, condicionados igualmente por tales políticas. Son ellas, las mujeres rurales, campesinas, indígenas y las que viven en constante amenaza de exclusión, las que hoy desempeñan una función importante en la lucha por la erradicación de la pobreza y del hambre.
Mientras no exista un reparto equitativo entre hombres y mujeres no podremos hablar de la eliminación de la discriminación ni de la violencia. Estudios demuestran que la economía mundial mejoraría si se facilitara el acceso y la participación de mujeres y niñas en la educación con opción futura a puestos de trabajo dignos y equiparables a los que obtienen los hombres. La creación de grupos de apoyo a mujeres maltratadas, el fomento de la diversidad y de la contratación de seres humanos de toda condición en los puestos de trabajo, o el fomento de la participación de grupos LGTBI en las artes o la cultura, contribuiría a que nuestras sociedades rompieran la gran brecha de género, así como otras brechas que también excluyen al ser humano por encontrar en sus connaturales diferencias una limitación.
Es un reto urgente que depende, en última instancia, de la educación y de los programas de formación inaplazables en materia de diversidad. Las políticas económicas han de servir a tal fin y, en esa dirección, como dato significativo para el caso de España y apuntado por el propio Ministerio, por primera vez se superan los 500 millones de euros de presupuesto en materia de Igualdad para 2022.