Érase una aldea con un sinfín de lugareños, todos ellos con diferente aspecto, religión, índole, condición e idioma. Todos diferentes pero iguales. Unos trabajan desarrollando la ciudad, organizándola legalmente; otros ofrecen servicios desde educación hasta sanidad y otros pocos, cosechan el campo para nutrir los estómagos de toda una aldea.
Todos ellos generan diferente, pero pagan igual. Es por eso que el agricultor sigue cosechando con la misma hoz que no puede permitirse cambiar; mientras, el capataz llega con un coche nuevo a su tercera reunión empresarial de la semana. Es así, como pronto, la desigualdad se asentó y la crispación empezó a aflorar en las mentes de la maquinaria humana de la aldea. Justos y pecadores aportan a la pequeña aldea lo mismo: tanto si consiguen 20 ventas, como si abren su vigésima empresa. ¿Es esto acaso justo?
En este burdo e infantil relato la realidad se masca por sí misma. Cambiad personajes y poned títeres. Detrás del telón se preparan para presentar una nueva obra de teatro: “Hacienda, la maligna herramienta que acosa a los pobres ricos”. La actual sociedad no deja de expandirse hacia límites inconmensurables, intercede en esta el libertinaje, que no el liberalismo. El populismo hecho pensamiento que trata de convencer a los próximos votantes de que pagar impuestos es malo.
El rostro de un murciano de 22 años se asoma en toda esta dicotomía. Carlos Alcaraz se alza con su segundo Roland Garros después de más de cinco horas de batalla. Una victoria que conmueve a todo un país y que se utiliza por algunos para señalar “al podrido estado”. De los 2,55 millones de euros que recibirá Alcaraz, cerca del 1,2 'se lo queda Hacienda'. En cifras, esto se traduce en la contratación de personal médico durante un año entero, más de 200 operaciones, dos ecógrafos, siete monitores para UCI y una ambulancia básica equipada por completo. Dato mata a relato.
Esta victoria supone el pago del 46% a Hacienda en España. En comparación, en Alemania es un 48% mientras que en Francia es un 54%, pero incluso podemos encontrar un 63% como sucede en Noruega. No tendrán mejor sistema público que el nuestro, pero nos ganaron a la hora de entender que debe contribuir más quien más gana.
Lo que nadie le dice a Carlitos ni a sus coetáneos es que ese dinero acaba en la educación de una niña de Almería, en la operación a corazón abierto de un hombre de Asturias o en el sueldo que recibe un Policía Nacional en Ceuta. Ni todos los curas son malos, ni Hacienda nos roba: los impuestos crean sociedad, diseñan estructuras sociales y gracias a ellos, podemos sacar pecho de tener un sistema público a la vanguardia de países que ocupan los rankings económicos.