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Merkel no necesita Estado de Alarma
Opinión | David Arranz reflexiona sobre las diferencias en la gestión del Covid-19 en Alemania y España
Madrid |

Sin duda ver desde fuera el sainete de la gestión de la pandemia en España sería muy entretenido de no ser por los estragos que las lamentables decisiones políticas están generando, y lo que está por venir.

Nuestro país está liderando las cifras de muertos y de caída del PIB, además de que el FMI prevé que recuperaremos los niveles de empleo previos a la crisis en 2026. Ante este escenario tan desolador nos planteamos, ¿por qué? Y yo concretamente desde Baviera pienso, ¿por qué en Alemania estamos tan bien?

El sistema sanitario alemán, semiprivado y caro pero sostenible, tiene un músculo capaz de soportar una mayor presión en los picos de la pandemia, pero éste sólo es la última línea de defensa. Al igual que Alemania, Portugal y Grecia, que sufrieron notorios recortes durante la anterior crisis, han aplicado medidas preventivas y controlado la situación infinitamente mejor.

¿Y cómo lo hace Merkel? La lideresa con formación y experiencia académica en el mundo de la ciencia ha decidido dejar tomar decisiones a los verdaderos expertos del Robert Koch Institut (RKI), una agencia estatal independiente creada en 1.882 que aglutina 1.100 expertos en vacunación y epidemiología.

A diferencia de nuestro comité de expertos, el que primero fue ocultado para resultar ser inexistente, el RKI ha tomado desde el principio el control de la situación con transparencia y profesionalidad. Además del dashboard con datos fiables por distritos y actualizaciones diarias han establecido baremos objetivos observando principalmente tres variables: transmisibilidad, severidad de los casos y recursos hospitalarios. En base a ello han ido estableciendo medidas dependiendo del nivel de casos, que han modificado de una manera consensuada y argumentada.

Las áreas con más de 35 casos reciban expertos del RKI para asesorar a los regidores locales en la gestión

Estas medidas con proyección interior y exterior determinan por ejemplo que las áreas con más de 35 casos reciban expertos del RKI para asesorar a los regidores locales en la gestión. Cuando se alcanzan los 50 casos se determina el uso de la mascarilla, horarios y el número máximo de personas concentradas además de la prohibición de consumir alcohol en lugares públicos. Las áreas del extranjero que superen los 50 casos son denominadas área de riesgo y los viajeros procedentes de las mismas deben someterse a un test obligatorio y gratuito a su llegada a los aeropuertos.

Las medidas han cambiado pero no los niveles ni se han discriminado a regiones concretas. Los políticos han ejercido el papel de meros brazos ejecutores de unas medidas sanitarias entendidas como indispensables por el bien del país.

Claramente la aleatoriedad y falta de transparencia del Gobierno han generado desconfianza entre ciudadanos y administraciones, tras un largo historial de ocultaciones, mentiras y contradicciones. No olvidemos que la aplicación de las medidas sanitarias se ha negociado junto a los presupuestos, y es precisamente eso, embarrar políticamente una cuestión de Estado, lo que ha hecho que estemos donde estamos.

La gestión de una pandemia, competencia casi única del Ministerio de Sanidad, no puede generar suspicacias entre ciudadanos y administraciones, y debería haber sido discutida en un verdadero comité de expertos que velaran por la salud pública y el bienestar de nuestro país. Sólo así nos hubiéramos ahorrado un Estado de Alarma, y estar a la cola del mundo.