Un grupo de Whatsapp, cerca de 100 hombres y fotos de mujeres desnudas o en contextos sexuales. No es el argumento de una serie, sino la violenta realidad de unas mujeres que han visto cómo se han difundido imágenes suyas sin consentimiento. Esto ha sucedido en Castro Urdiales, pero los casos de hombres que muestran, comparten y difunden contenido privado de mujeres sin que estas hayan dado su permiso son muy frecuentes, tanto como la sextorsión o el ‘revenge porn’.
En el caso que se investiga en Cantabria, la voz de alarma se dio a través de un cartel que apareció colgado en una plaza de Castro Urdiales para denunciar la existencia de este grupo de hombres en el que se compartían fotos íntimas de mujeres sin que ellas lo supieran. A partir de este momento, además de la investigación, se han abierto multitud de espacios de debate, ya sea en televisión o en redes sociales, donde seguimos detectando las consecuencias del machismo que impregna todas las esferas de nuestra sociedad.
Además de las intervenciones y comentarios que denuncian lo sucedido e identifican este tipo de comportamientos como una forma de violencia contra las mujeres, no es difícil localizar manifestaciones que sitúan el peso de la responsabilidad en las víctimas. Este es el caso de un usuario de Facebook que comentaba en una publicación de RTVE Noticias sobre este asunto, animando a dejar de “victimizar a la mujer” porque “si te dejas grabar o compartes fotos, ese es el riesgo”. “Igual pasan revoleando el culo por unos likes, no se hagan las ofendidas”, dice otro comentario en la misma publicación.
Aunque se diera el caso de que las imágenes compartidas se hubieran tomado con el consentimiento de quienes aparecen, esto no implica que el autor o receptor de las mismas pueda compartirla con terceros. El discurso de la culpa está tan instalado en nuestro imaginario colectivo que hasta desde las instituciones podemos ver cómo se exponen planteamientos machistas que sitúan la responsabilidad en la víctima. La responsabilidad en una situación de violencia o acoso sexual corresponde únicamente al agresor. Desnudarnos, fotografiarnos o mantener cualquier tipo de relación con un hombre no nos hace culpables de las violencias que podamos sufrir por parte de este o de otros.
También hay quienes, en otros espacios, están poniendo especial interés en diferenciar si las fotos que se compartían en ese grupo de Whatsapp eran enviadas por todos sus miembros o solo por uno de ellos, como si en el segundo de los escenarios pudiera restarse un grado de gravedad a lo sucedido. El hecho de que más de 90 hombres se dedicasen a intercambiar fotos de sus parejas, independientemente del tipo de relación que mantuvieran, es tan violento como lo sería el silencio del grupo ante el comportamiento machista de un hombre que, además, está cometiendo un delito al compartir imágenes de una mujer sin su permiso.
La complicidad y la camaradería mal entendidas alimentan masculinidades tóxicas y sirven de escenario a todo tipo de violencias machistas. Y así, entre agresión y agresión, todavía pretenden hacernos caer en la trampa de la provocación o de la exposición a posibles peligros que podríamos evitar tomando las decisiones adecuadas o manteniendo un comportamiento más ¿recatado? La retórica de la culpa lleva demasiado tiempo pisándonos los talones, tanto como la de instruirnos en la precaución para que seamos nosotras quienes asumamos la tarea de evitar ser víctimas de agresiones machistas de las que nunca fuimos, somos ni seremos responsables.