COLMENAR VIEJO | Los 14 jóvenes de Colmenar que compartieron un encuentro con el Papa

Recuerdan que el Papa les esperaba como quien recibe en casa a sus invitados más queridos

Recuerdan que el Papa les esperaba como quien recibe en casa a sus invitados más queridos

Imagen: Archidiócesis de Madrid

Más de medio millón de jóvenes se daban cita en la Plaza de San Pedro para compartir su fe. El Jubileo de Roma concluye y cambia vidas. Ejemplo de ello fueron los 14 jóvenes de Colmenar Viejo, de la parroquia Nuestra Señora de la Asunción, que tuvieron la suerte de compartir un encuentro con el Papa. "Cuarenta minutos para siempre", subrayan. 

 

La cita no tenía cartel ni megafonía. Solo un aviso a media voz: “Nos vemos a las cinco en la plaza”. Sin escoltas, sin cámaras, sin multitudes. El Papa les esperaba como quien recibe en casa a sus invitados más queridos. Cuando apareció, los jóvenes no sabían si sentarse, llorar o reír. “No me lo creía hasta que me miró a los ojos”, confiesa Pilar.

 

Lo que siguió no fue una lección, sino una conversación. Preguntas sinceras, respuestas directas. Vocación, fe, injusticia, decisiones, miedo. “No nos habló desde un estrado”, dice Guillermo.Nos hablaba como si nos conociera de siempre”.

 



 

Escuchar con el corazón

Lo que más impactó a los jóvenes no fue lo que el Papa dijo, sino cómo lo dijo. Cada respuesta estaba cargada de ejemplos, de pausas, de humanidad. Se detenía, volvía sobre una frase, reformulaba. No tenía prisa. Sentías que te escuchaba con todo su ser”, cuenta Laura. “No solo las palabras: escuchaba lo que llevabas dentro”.

 

En un momento, un ruido distrajo al pontífice, este pidió disculpas y continuo con la escucha atenta. “Fue un gesto pequeño, pero nos dejó sin palabras”.

 

Humor, libertad y fe vivida

Le cantaron ‘No tengo miedo’, canción popular en los retiros de Éffeta, y por un instante, la solemnidad dio paso al ritmo, a las risas, al aplauso. León respondió con ternura, cercanía y cariño.

 

Después, entre bromas y abrazos, intercambiaron regalos. Él les ofreció su bendición, un rosario y unas galletas. Ellos, una medalla de la patrona de su parroquia, una figura peruana, un decenario realizado con sus propias manos.

 

Una llamada que no termina

Cuando terminó, algunos lloraron. Otros guardaron silencio. Pero todos, sin excepción, salieron distintos. “Nos tocó el corazón”, resumen “y ahora tenemos que hacer que eso se note”.

 

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