Franco murió, pero aquí nunca lo hemos dejado morir del todo. Lo hemos conservado como tótem: unos lo usan para asustar y otros para justificar.
Y mientras la gente discute sobre un cadáver y su fatídico o faraónico legado, se nos escapa lo importante: el presente, y lo que es peor, el puto futuro que espera a nuestros hijos si no espabilamos.
No es casualidad que lo resuciten una y otra vez. Franco sirve porque divide. Porque es la palanca perfecta para reactivar bandos y bobos, fabricar enemigos y encender el odio. Zapatero volvió a abrir esa puerta; Sánchez la cruzó y amplifico sin complejos. Y cada vez que el país se recalienta con lo mismo, odio, hay alguien que cobra: en votos, en poder, en impunidad, en cortinas de humo y en contratos de la Sepi, mordidas en Navarra, putas en la mismísima Moncloa.
La estrategia es simple: confrontación permanente. Cuanto más nos gritamos, menos preguntamos. Cuanto más nos odiamos, más fácil es ordeñarnos, exprimirnos, sacarnos el alma.
Como en Matrix: el sistema funciona mejor cuando te tiene atrapado en la emoción y no en el pensamiento. Y aquí, cada loco busca su locura y por supuesto, “siempre llevar la razón, porque el asno piensa, que es el mas listo de la manada asnal.
Por eso, a los nietos de los que murieron en la guerra nos toca ser más inteligentes que nuestros abuelos y bisabuelos: no volver a caer en lo fácil, en la brutalidad frente a la razón. Como dijo Robe Iniesta, no seamos imbéciles. No sé cómo a Abascal no le puede gustar Robe, quizá ese rebuzno de realidad él no lo entienda.
La inteligencia está en saber que uno, casi siempre está equivocado, y aun así tender la mano para intentar salir de la ignorancia mutua. Tender la mano siempre es el éxito, aunque pienses profundamente que solo irías más lejos apretando el puño y mirando al sol tu solo.
Esta sociedad peca de soberbia y gula. La mentira se ha instalado como valor social. Y la política se ha convertido demasiadas veces en un teatro de vanidades. Así que sí: queda franquismo. No como camisa azul, sino como método. El método de dividir, mandar a gritos y convertir al adversario en enemigo. He dicho método y no estrategia, porque, la estrategia es otra, que una vez pobre, no pintes nada. Y si no lo cortamos de raíz, seguiremos viviendo en un país que discute sobre el pasado para no exigir cuentas en el presente y lo que es, pero no decida su futuro.
¿Cómo se vivía en Fuenla aquel tiempo de Transición? ¿Dejó huella importante el franquismo?
Ufff… Yo tengo recuerdos vagos, pero muy nítidos a la vez. Ir a la guardería de mano de mi supermami, con tres enanos más, cruzando la carretera de Leganés: al principio por el barro y luego por el puente verde de La Avanzada. Mi guarde estaba, creo, en los soportales de un edificio de la calle Gerona. Todo claro, sin construir: Fuenla era entre un pueblo y un barrizal.
Para ir al médico íbamos a la calle Málaga. Y el practicante que pinchaba estaba al final de la calle Suiza, a tomar por culo claro, en una casita con unas escaleras verdes. Fuenla era una ciudad pobre, ciudad dormitorio de clases bajas. Y poco a poco, con Quintana, la ciudad empezó a despertar. Me imagino el reto enorme con la presión demográfica de Madrid: crecimiento rápido, necesidades infinitas, recursos limitados.
Recuerdo mi infancia en el Giner, con don Antonio de director, con mucho cariño. Y en el fondo ser de Fuenla molaba. Ya con 14 años, en el Aranguren recién construido: los bocatas de calamares por 100 pesetas, la parroquia de Cuzco con 300 chavales ávidos de encontrar nuestro lugar en el mundo. Dato, casi todos pensábamos que el fascismo es la peor lacra de una sociedad.
¿Paradoja verdad? Si lo comparamos con la actual juventud.
Siempre me gustó la política. Veías a Felipe y a Aznar discutiendo, sí, pero había sociedad: había conversación y había valores comunes. Cada uno se identificaba con uno, Felipe o Aznar… pero luego íbamos todos juntos a las manifestaciones contra ETA. Sabíamos en qué no estábamos de acuerdo y también en qué sí.
Hablar de política se podía. Hoy no: hoy hay un muro, bueno un muro, un muro no, un estadio lleno de gilipollas sí, allí cada uno gritando su canción si. Esto es pero que un muro, porque por lo menos el muro no dice gilipolleces, en el estadio cada cual a ver si suelta la parida mas grande que la de ayer. Así, sabes, además de no poder entenderse por los gritos, acaban exhaustos y se dejan dar por saco sin protestar. Sino, como es posible esta avalancha impositiva y que nadie diga nada, nada de nada.
En la Transición se cayó el muro del miedo, del silencio, de la España congelada. Franco murió y el muro empezó a caer.
Pero ahora lo están levantando otra vez. Franco no vuelve como persona: vuelve como herramienta. Vuelve como excusa para dividir. Y cuando vuelve esa excusa, vuelve el muro, la gente al estadio. Y allá dentro en el fulgor de la cancha, la adrenalínica contienda, ya sabemos lo que viene: menos verdad, menos convivencia y más grito. Ojalá nunca llegue la guerra, porque, amigos, si llega… aquí os quedáis vosotros con vuestras gilipolleces. Ya vendrán otros con la manguera a limpiar la sangre.
Por favor amigos y vecinos de Fuenla, despertad, mirad de dónde venimos y mirad a donde estamos yendo. Siempre fuimos astutos por necesidad, como puede ser que en los institutos se esté cantando “el cara al sol”? Donde está el error…
El alcalde cuando llama facha a alguien que discrepa con él, le está empujando a que acabe cantando eso. Hoy cualquiera que discrepe de la voz oficial es facha, ¿será Quintana un facha también?
Ser alcalde de una gran ciudad implica serlo incluso para los fachas. Que alguien este equivocado no quiere decir que alguien no sea importante para la sociedad, ayúdale a salir del error y no lo estigmatices, si no el error lo cometes tu.
Quizá ese error medido sea lo que mas le interesa. “Veni, vidi, vici”
El pasado 6 de diciembre cumplió 47 años la Constitución… ¿qué avances y retrocesos ve en su cumplimiento?
Yo, sin ser experto, lo veo claro: la Constitución, con todos sus fallos —y tiene muchos—, es la mejor norma de convivencia que hemos tenido en España. Nos guste más o menos Sánchez, Rajoy o quien sea, si hoy discutimos en un Parlamento y no a palos, es por ella. Ver a gente que venía de mundos irreconciliables votando ese marco común fue un éxito como sociedad.
El problema es que estamos perdiendo el espíritu y quedándonos con la carcasa. Volver al pasado para buscar rencor no tiene sentido. La memoria debería servir para aprender, no para usarla como combustible. ¿Y qué tenemos que aprender? Que el pasado se mira para aprender, no para quemar el presente. Y que la democracia no es “mi bando manda porque sí”: es límites, contrapesos y respeto.
Y si tantas voces claman elecciones, ¿qué tiene de malo que hable el pueblo? Quien teme que hable el pueblo normalmente sabe que no está en la razón, o sabe que pierde el control del relato.
Si no defendemos la Constitución —en serio, con hechos— nos salimos de la línea. España no debería ir de bandos, sino de organización. Nos sobran normas y nos faltan voluntades. Todo lo contrario, a lo que fue el 78: poca norma… y mucho espíritu. ¿Aprenderemos?
Educación, vivienda, sanidad públicos son tres elementos fundamentales, ¿pero pueden hacer algo los ayuntamientos para que esos derechos se cumplan? Claro. Y te lo digo sin paños calientes: los ayuntamientos son parte del problema… y también pueden ser parte de la solución. No controlan todas las competencias, pero controlan palancas decisivas.
Vivienda
La vivienda es cara sobre todo por dos razones: el suelo y la trituradora fiscal. El suelo es caro porque es escaso y porque el urbanismo lo convierte en oro o en barro. Y la vivienda está cargada de impuestos y costes cada vez que cambia de manos: compras, vendes, heredas, transmites… y cada vuelta de tuerca la paga el siguiente. Resultado: sube, sube y sube… y aquí en Fuenla los salarios, ya tal. ¿A quién le beneficia? Pues, aunque joda reconocerlo: al que gobierna, porque el sistema recauda una y otra vez. El promotor gana una vez; el fondo gana una vez; pero la administración cobra en cadena. Luego, a la hora de votar, todos se erigen como solucionadores de un problema que han creado ellos mismos. Seremos gilipollas.
La varita del ayuntamiento: urbanismo (y por tanto, modelo social)
Los ayuntamientos tienen la varita del poder de la construcción. Deciden dónde, cuándo, cuánto y con qué modelo. Con el planeamiento puedes empujar una ciudad a ser de salarios altos o de salarios bajos, a atraer empresas o a espantarlas, a tener vivienda nueva o a vivir de parcheo y escasez. Y sí: eso termina definiendo quién vive en la ciudad.
Ejemplo: Fuenlabrada. Quintana fue uno de los grandes desarrolladores del suelo de Fuenla; yo quiero creer que, sin mala intención, buscando que la ciudad obrera creciera con orden y servicios. Robles, en sus primeras legislaturas, continuó una línea austera, incluso tacaña con el gasto superfluo. Pero durante años, el foco no fue el salto económico: es como si la ciudad estuviera peleada con empresas que normalmente eligen otras ciudades para instalarse y crecer.
Y el contraste se ve en el modelo: hay municipios con menos habitantes que se mueven en presupuestos similares o superiores porque tienen industria, empresas, salarios medios más altos, base imponible y músculo económico. En Alcobendas se habla de presupuestos en torno a 250M; en Fuenlabrada también estamos ya en cifras grandes. La pregunta no es “quién gasta más”, sino “quién produce más y quién paga mejor”.
¿Tienen derecho a construir una ciudad solo para pobres? ¿O solo para ricos?
Legalmente nadie lo dirá así. Pero en la práctica el modelo de ciudad se fabrica con decisiones (o con no-decisiones). Y sí: tiene que ver con cómo se aseguran el culo a la silla.
El Vivero y el miedo a que te cambien el tablero Hay barrios que te cambian la foto electoral. El Vivero es un punto de inflexión clarísimo. Fuenla es socialista municipalmente y, en regionales, muchas veces “ayusista” (que no digo “popular”; digo ayusista). Cuando un gobierno ve que un tipo de barrio “no le sale”, aparece la tentación de frenar el crecimiento para no cambiar el tablero.
Y ojo con el dato demográfico: Fuenlabrada llegó a rozar los 200.000 habitantes alrededor de 2010 y hoy ronda los 190.000 y pico. No es una caída de un mes: es tendencia. Y mientras tanto, otras ciudades con mejor base económica atraen población con rentas más altas. Y aquí viene la responsabilidad: Javier Ayala lleva años gobernando, y antes estuvo años metido en Urbanismo. Con ese historial, alguna responsabilidad te toca.
Acaso los ayuntamientos no han perdido poder real? ¿Hay posibilidad de hacer algo inmediatamente en Fuenlabrada para que haya más vivienda asequible?
Sí: se puede actuar ya, pero no se puede construir rápido. Para sacar vivienda nueva necesitas urbanismo, planeamiento y un PGU y eso tarda años (como bien dice Quintana). Pero para que tus hijos puedan pagarla hay una palanca inmediata y municipal al 100%: subir salarios formando talento de verdad, del bueno. En Fuenlabrada esto se hace cagando leches con un plan de choque de 24 meses para 1.500 chavales (6 cohortes de 250) en competencias digitales y oficios CPD: redes L2/L3 (VLAN/OSPF/BGP/QoS/IPv6), ciberseguridad (IDS/SIEM básico/hardening/IAM), automatización (Python/Ansible/APIs) y perfiles técnicos de centro de datos (electricidad, climatización, operación 24/7), con certificaciones tipo CCST/CCNA (Cisco) y MTCNA/MTCRE (MikroTik), laboratorio real/virtual y prácticas con empresas.
Educación
Y aquí entra Educación con un punto clave: muchos de estos trabajos no necesitan formación reglada para empezar; necesitan práctica, certificaciones internacionales, cursos intensivos y horas de taller. Si un ayuntamiento tiene escuelas municipales de mil cosas, algunas incluso…, también puede tener una Escuela Municipal de Oficios Digitales y CPD: cableado, racks, fibra, operación NOC, soporte, seguridad básica, electricidad y climatización técnica. Formación por la tarde, como si fueran al gimnasio. Menos postureo y más futuro. Si criticas la educación reglada porque se invierte poco, aquí es sencillo, tienes competencias funcionales. Menos delegar las responsabilidades que realmente pueden hacer cambiar económicamente una ciudad.
¿Que “eso es caro”?
No me hagas reír. Esto es financiable y, comparado con cualquier obra como el FERIAL, es calderilla: hablamos de 4,2 a 6,5 millones en 24 meses (2–4 mil € por alumno, según intensidad). Para esto, si es preciso, sí nos endeudamos, alcalde.
Y el retorno es inmediato: 1.500 nóminas de 30–50k son 45–75 millones al año entrando en hogares de Fuenlabrada, y 90–150 millones en dos años. Eso no es teoría: es alquileres pagados, hipotecas posibles, comercios vivos, jóvenes independizándose y familias respirando y si quizá si tu lo hicieras te quedarías en tu sillón para siempre.
Y además es perfectamente viable con capacidades municipales: aulas, centros, red, técnicos, sedes; un lab virtual (EVE-NG/GNS3) y un par de racks didácticos. No hace falta construir ni un solo edificio: hace falta decisión. El Tomas y Valiente con la mitad del presupuesto de cultura y farándula lo hace.
Y lo digo sin romanticismos: o mejoramos competencias y salarios cagando leches, o muchos acabarán en “los caminos fáciles”. Yo vivo en La Avanzada y lo veo todos los días: el trapicheo está ahí y engancha rápido, son nuestros hijos, es nuestra responsabilidad. ¿Son nuestros hijos más tontos o menos guapos que los de las Rozas? Pues como se lo que te has contestado, ya sabes lo que tienes que gritar en el próximo partido.
Y… mientras desbloquear suelo y construir vivienda asequible va a cámara lenta, seamos prácticos: si no podemos crear vivienda rápido, creemos ingresos rápido para que nuestros hijos no se queden en casa para siempre.
¡¡¡Pero ojo!!! Hace falta vivienda, hace falta constructores locales, hace falta que los Praena y los Aguado de siempre vean interesante construir en Fuenla, no entiendo que gente de aquí se pire a construir allá.
¿Riesgos?
Que nuestros hijos dejen de votar a la pobreza programada a la que en estos últimos años nos están sometiendo.
¿Se incumple el derecho constitucional a una vivienda digna?
Hoy, en la práctica, sí. Mientras siga una estructura donde la vivienda genera ingresos brutales para unos y, sobre todo, para el Estado, el acceso real seguirá fallando. Y pretender arreglarlo subiendo más impuestos a clases medias y bajas para luego “devolverles” vivienda protegida es el truco clásico: te quitan con una mano y te devuelven con la otra… quedándose con el margen, la ineficiencia y el control, al servicio de mordidas, putas, tramas y juzgados, que también son caros.
La solución no es empobrecer más al que ya va justo. La solución es: menos fricción, más oferta real, y sobre todo salarios más altos y economía de alto valor añadido para una nueva realidad mundial que se construye en base a bit y no solo ya a petróleo o casitas.
Estamos ante una brecha generacional?
No es solo una brecha generacional: es un cambio de paradigma. Está cambiando el valor del trabajo, está entrando la inteligencia artificial, y las máquinas van a generar riqueza a una escala que hace que el debate real sea político: qué papel jugarán los Estados en la redistribución, y quién queda dentro o fuera del nuevo mercado.
¿Qué necesidad real de obreros tendrá la nueva economía? ¿Si no hacen falta que hacemos con ellos? ¿Qué nuevas competencias tendrán que tener nuestros hijos?
¿Dicen que electricistas? ¿Cuándo las cosas se hagan para no romperse por razones de mercado? ¿Hará falta repararlas?
La riqueza no va a desaparecer: se va a concentrar en quien posee capital, datos, infraestructura y capacidad de escalar. Y por eso tendremos que elegir entre ser contribuyentes netos al bienestar común o convertirnos en dependientes netos del sistema. Y ojo: “dependiente” no es un insulto; es una descripción. El dependiente neto vive de transferencias porque no tiene salario suficiente, no tiene activos, o se queda fuera del nuevo mercado laboral.
La pregunta que me importa no es ideológica, es práctica: ¿qué queremos que sean nuestros hijos dentro de diez años? ¿Gente con habilidades y salarios para decidir su vida, o gente esperando una ayuda para vivir? Porque en el mundo que viene, el mayor privilegio no será trabajar: será ser necesario.
En estos aniversarios… ¿qué lecciones estamos olvidando? Que la democracia no avanza sola. Requiere responsabilidad, inversión y honestidad: de los que mandan y de los que votamos. Y que elegir implica tener los ojos abiertos: pensar en lo de todos, no solo en lo mío. Si no somos capaces de construir, acabaremos discutiendo eternamente y empobreciéndonos todos.
Volviendo a la Transición… ¿qué mensaje deja para esa juventud que sufre el precio de la vivienda?
Que, si no está en tu mano bajar el precio de la vivienda, sí está en tu mano ser pragmático y buscar cómo ganar más. Exigid a los que mandan menos fiestas y más futuro. Un esfuerzo grande a vuestra edad es un seguro de vida próspera. No te dejéis llevar por cantos de sirena. Y recuerda: cantar el “Cara al Sol” o “La Internacional” solo te resta libertad.
Necesitáis mucha más inteligencia de la que os estamos aportando. Las redes sociales solo te enseñan lo que el algoritmo quiere que veas. Y si tú, joven, quieres entender el futuro que te espera, no hace falta magia: mira a tu alrededor con calma y pregúntate qué es lo que más abunda delante de tus ojos. Lo verás claro: el mundo está lleno de bits. Haz por entenderlos y deja de vivir en el otro lado del algoritmo.
La democracia no es solo un libro llamado Constitución, ni una promesa de “derecho a vivienda”. La democracia es saber que, si tú quieres y lo peleas, puedes. Eso se llama libertad, y está por encima de cualquier dificultad. La libertad se construye cuando entre todos elegimos las reglas del juego. ¿Entiendes lo que es la democracia? Elección colectiva, construcción social colectiva y como no igualdad ante las reglas. El resto parafernalia.
Y luego, sí: llegará la vivienda. Pero primero tiene que llegar el futuro.