Nada es casualidad. En la moda, tampoco. ¿Te suena el clean look? ¿Y el estilo coquette? Son solo un par de ejemplos de las tendencias que han ido popularizándose en los últimos años y que, junto al old money, van más allá de lo puramente estético. Si estáis en la década de los 30 o próximas a la treintena seguro que os habéis percatado de cómo las redes sociales se han convertido en lo que antes podían ser la Bravo, la Super Pop y, con un poco de suerte, la revista Vogue. Las marcas apuestan por influencers para promocionar sus productos y plataformas como Instagram o Tik Tok se convierten en perfectos escaparates de tendencias. En redes sociales los inputs se multiplican exponencialmente y el mensaje se coloca estratégicamente para que, casi sin darnos cuenta, acabemos elaborando un vision board en el que los valores conservadores marcan el paso del camino a seguir para alcanzar un modelo aspiracional que nos están metiendo por los ojos, literalmente.
Las prendas que vestimos, el maquillaje que llevamos (o no) y el peinado que elegimos no se limitan al plano de lo estético. La moda, en todos sus procesos, es una forma de expresión mediante la que contamos cómo nos sentimos y, en cierto modo, quienes somos o quienes queremos ser. ¿Y si ya no contásemos nada? ¿Y si solo fuese un trampolín para ser una más entre la gente cool? Más allá de modas concretas que van y vienen, en los últimos años estamos siendo testigos de cómo las tendencias nos presentan un modelo de mujer más discreta, que huye de estridencias en el pelo y en la ropa, que suaviza sus facciones y que tiende a mimetizarse con el resto, perdiendo identidad y personalidad. Caras que se parecen entre sí a base de retoques y maquillajes-nomaquillajes que nos quieren sencillas y limpias, perfectas para encajar en un rol femenino afín a una corriente de ultraderecha que, sin duda, está en auge en Estados Unidos, pero también en Europa.
El contexto político lo marca todo, hasta ese concepto de lo aesthetic con el que pretenden neutralizarnos. Nos quieren fabricadas en serie y despojadas de cualquier influencia que pueda estimular nuestro empoderamiento como mujeres. La ola reaccionaria quiere comerse a la feminista y, aunque ha empezado con la forma, terminará con el fondo. Prueba de ello son otro tipo de tendencias que se desarrollan en torno al estilo de vida. Están poniendo de moda ser una trad wife o una stay at home girlfriend, una mujer que se queda en casa en base al cuento reaccionario de cultivar su propia energía femenina y la energía masculina de su pareja.
Aunque la Revista Y de la Sección Femenina de Falange ya lo decía, es ahora cuando estamos escuchando mensajes de mujeres muy jóvenes que abogan por entregarse a lo que presuponen como la naturaleza intrínseca a su género. Mientras el hombre proveedor trae la protección, la norma y el dinero a casa, ellas se ocupan de mantener el hogar y de cuidarlos a ellos y a la familia que, por supuesto, formarán más pronto que tarde. No se trata de libertad de elección ni, mucho menos, de corresponsabilidad o de crear una dinámica de convivencia respetuosa donde cada uno tenga un espacio definido desde el consenso. Esto responde, simplemente, a la intención de limitar a las mujeres a un papel de esposa y madre. Sencilla, pero cuidada con intención y con skin care. Dedicada enteramente hogar, pero con una imagen siempre perfecta, pulcra y agradable. No tienen un trabajo remunerado, pero tampoco una vida social que se salga del molde. Quieren que seamos solo las pilates girls, las del matcha con amigas a mediodía o las de las fiestas de cumpleaños organizadas con el resto de mamás del cole.
Claro que no está mal que un día nos dé por hacer galletas, que bebamos té matcha o que seamos madres. Tampoco lo es que probemos a hacernos un clean look, que optemos por una paleta de colores más neutra o que nos apetezca depilarnos el sobaco. El problema es que nos están diciendo que así es como tenemos que ser ahora, que este es el modelo al que debemos aspirar en la vida. Como no nos confiesan que detrás de todo esto se esconde la pretensión de esterilizarnos ideológicamente, tampoco nos cuentan en qué posición económica o social se encuentran realmente esas mujeres que dependen enteramente de sus parejas y que, supuestamente, se sienten realizadas viviendo de una manera muy encorsetada en base a un arquetipo que no son beneficia. Nunca van a explicarnos a dónde quieren llevarnos, por eso no está demás pararse a reflexionar qué estamos consumiendo y cómo nos transforma. Dicen que lo personal es político y, como estamos viendo, la(s) moda(s) también.
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