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Llegar a viejo
¿Cómo podemos mejorar las residencias?
MADRID |

Tengo la suerte de haber podido tener, además de a mis padres, a tres tíos solteros que han sido grandes referentes en mi vida. De pequeña me encantaba que me hicieran regalos, que me llevasen al teatro, a conciertos y que me permitiesen disfrutar de una manera diferente de mis momentos de ocio. Cuando me fui haciendo mayor se convirtieron en esa "segunda opinión" y me di cuenta de que, sobre todo mis tías, eran las que me habían dado seguridad.

Ahora que todos ellos están en sus horas más bajas, con casi 90 años, con la gran lacra de la vejez, el Alzheimer y aún así queriendo mantener su independencia, le doy muchas vueltas a cómo debemos plantear los cuidados de los mayores.

Parece que quedarse en casa con ayuda debería ser la mejor opción, así lo vemos casi siempre los familiares, pero casi nunca les convence a los mayores. No quieren ver profanada su intimidad, no quieren tener a un desconocido poniendo orden en su vida que quieren seguir viviendo a su manera, porque no terminan de ser conscientes de las limitaciones que acompañan a la edad.

Llegamos a mucho más viejos de lo que llegábamos antes, pero no lo hacemos en mejores condiciones. Por mucho que venzamos a ciertas enfermedades, que burlemos a la muerte o que mejoremos ciertos puntos de nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestra mente tienen un tiempo limitado y empiezan a fallar. Ahí es donde tenemos que cambiar lo que hacíamos por algo que no nos apetece.

En el inicio de nuestra vida nos encantan los cambios. Los niños están deseando cumplir años para pasar de curso, para ir a la universidad, para encontrar un trabajo, para ser mayores. Pero cuando nos hacemos viejos no queremos ningún tipo de cambio. Tanto lo que nos gusta como lo que no lo queremos seguir teniendo igual porque la rutina nos da seguridad.

Así que lo de que alguien que no conoces esté en tu casa permanentemente es una tragedia, pero aún lo es más irte tú de tu casa a una residencia. Por muy bien que esté, nadie quiere dejar su casa para entrar en un centro en el que va a ver tanta decrepitud que, además, te recuerda la suya propia.

Si estos centros, encima, son grandes, falta personal, no tienen unos buenos comedores o no están correctamente gestionados, la desgracia se hace aún mayor. Y también se convierte en un drama para los familiares que lo ven cada día sin posibilidad de volver a llevarse a sus seres queridos a su casa, porque ya no pueden estar solos.

Día tras día, vivir en un mundo sin presente ni futuro tiene que poder con cualquiera

Yo no creo que los centros de la Comunidad de Madrid estén mal gestionados ni poco inspeccionados. Tampoco dudo de la profesionalidad de quienes trabajan con nuestros mayores cada día. Pero también creo que es un trabajo muy duro y muy absorbente, los admiro sinceramente, porque sé que la tercera edad es difícil de gestionar, que te pueden odiar sin ninguna razón, que pueden ser absolutamente irracionales y que día tras día, vivir en un mundo sin presente ni futuro tiene que poder con cualquiera.

Una puerta de emergencia cerrada con llave porque al lado de ella hay un residente que intenta abrirla cada 5 minutos y hace saltar las alarmas de toda la residencia, despertando a todos los demás internos y provocando crisis de ansiedad y vete a saber qué más problemas, me parece un desliz que, en esta ocasión ha sido fatal, pero que considero comprensible. Evidentemente, esos trabajadores que han cerrado la puerta, la abren cuando viene un inspector a comprobar la normativa contra incendios, pero es difícil no comprender por qué lo hacen.

Siempre me ha parecido muy dañino lo de buscar culpables en las muertes accidentales, aunque pueda haberlos. Saber que alguien ha tenido que ver con que yo no tenga más a mi ser querido no me quita nada de dolor, me da más. Pero hay quien vive buscando la venganza, o quien se aprovecha de ella.

En todo caso, más allá del suceso de la residencia de Aravaca, habría que replantearse un poco el tema de las residencias de ancianos. Creo que nuestros mayores necesitan una atención más personalizada, en centros más pequeños, más familiares y con otro planteamiento. Reconozco que es complicado tanto económicamente como desde el punto de vista de la gestión, pero habría que conseguir un poco más de dignidad para los últimos años de nuestras vidas.