Se supone que nuestros dirigentes velan por lo mejor para los ciudadanos, pero a veces se interponen las luchas partidistas, y me pregunto qué pesa más, si lo mejor para la mayoría o lo peor para el contrincante.
Cuando uno se mete a político, lo hace porque quiere contribuir a hacer un mundo mejor, para todos: para los que le votan y para los que no; para su familia y para el vecino al que no traga; para su amigo y para la suegra; para sus nietos y para los abuelos de la residencia de la esquina.
Luego van pasando los años (o los meses, o tal vez los días) y se da cuenta de que también tiene que hacer cosas pintonas, cosas que le den un rédito para el futuro. Porque nadie (o casi nadie) llega a presidente (o a alcalde, o a concejal) a la primera, y entonces se da cuenta de que tiene que mirar por su interés personal para poder llegar al puesto que le permita contribuir al bien común.
A veces, en ese camino para conseguir un puesto de responsabilidad toca hacer cosas que no mejoran la vida de nadie, incluso hay veces que la empeoran, pero como es el camino para llegar, pues se hace y no se piensa mucho.
Siempre hay alguien a quien se empeora la vida en política: son los rivales (de fuera o de dentro del partido). El papel de la oposición es fastidiarle mucho la vida al oponente (bueno, en realidad debería ser buscar opciones mejores para hacer la vida mejor a los vecinos, pero muy a menudo este es secundario, si se tiene carnaza contra el otro partido) y ahí se instalan los políticos más políticos. Luego nos quedan los políticos más gestores, esos que no salen mucho en la tele, los que no dan muchos titulares, pero que consiguen una administración ordenada y cercana. Pero de esos no hablamos mucho en las noticias. En general, todos tienen una parte de cada, un poco más de gestor o un poco menos, un poco más de luchador de pressing catch o un poco menos...
Así, más allá de que se sea más de uno o de otro tipo, para llegar a puestos importantes hay que tener una gran parte de los que pelean en el fango, que saben buscarle un punto débil al contrario (muchas veces el que milita en las mismas filas) y que se tiran a la yugular cuando la ven descubierta. Eso no es malo por sí mismo, es parte del sistema con el que contamos, pero se vuelve muy negativo cuando se pierde la referencia última de para qué sirve la política, o más específicamente los gobiernos.
Las peleas constantes entre Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso me hacen pensar mucho en esto. Desde dos perspectivas en principio opuestas, pero con un interés común que somos los españoles (los madrileños también somos españoles) ambos dirigentes se supone que buscan las políticas que mejor nos vengan a la mayoría. Pero si ella dice blanco, él dirá negro, y si él dice blanco, será ella la que diga negro. Normal, son de partidos contrarios... Pues no. No es normal que tengan que vivir en el enfrentamiento.
Está claro que en cierto sentido, a ellos, como líderes mediáticos que son, les viene muy bien, porque cada enfrentamiento que protagonizan les da foco. Si Ayuso inaugura un pantano los medios regionales nos haremos eco, pero si en esa inauguración dice que Sánchez no deja abrir un puente, lo darán todos los medios nacionales, así que el enfrentamiento le da protagonismo. Pero si ella pide que el puente se abra, jugando con el enfrentamiento, dudo mucho que el presidente haga por abrirlo, sino que explicará (y reafirmará) su posición para no hacerlo, lo cual le dará portadas a él. ¿Y quiénes son los que se quedarán sin puente? Sí, señores: los vecinos.
Pero más allá de lo que declaran ante los medios, están sus acciones, las políticas que instauran, las órdenes que dan, los movimientos que realizan. A veces son cosas que perjudican a unos para beneficiar a otros, como puede ser el decidir que las sedes de las nuevas entidades estén fuera de Madrid, para luchar contra la despoblación de ciertas zonas de España. Otras veces son políticas marcadas por una línea ideológica, como subir impuestos (o bajarlos) o implantar estas o aquéllas políticas sociales.
Todo esto es comprensible y está dentro de las reglas del juego limpio, pero tomar determinadas decisiones simple y llanamente por ir en contra del oponente ni es juego limpio ni debería siquiera pasarse por la cabeza de alguien que ha llegado al poder.
Algo así insinúo Ayuso en el último pleno de la Asamblea, cuando aseguró que Pedro Sánchez "amenaza" a las empresas con las que ella se reúne, algo que, de ser cierto, no sé muy bien a quién beneficia, pero sí que sé que no solo perjudicaría a la presidenta de la Comunidad de Madrid, sino que haría que todos los madrileños perdiésemos oportunidades en las que trabaja nuestro gobierno, así que también perderíamos el tiempo de los gobernantes a los que pagamos.