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EDITORIAL | El sistema, el kernel y la daga
El sistema se encarga de conducir la convivencia de cada uno de nosotros para lograr eso tan denostado hoy: el bien común
MADRID |

Amigo, amiga, ¿qué podemos hacer?

Es curioso, siempre fui un antisistema nato. No me gustaban las normas ni las reglas, me gustaba crearlas o saltarlas, pero no acatarlas. Los ordenadores eran el ecosistema perfecto; ingenieros de Harvard escribiendo reglas para que los “malos” no entraran en los sistemas de los poderosos, y los frikis que amábamos lo que hacíamos —porque no teníamos sangre, sino bits en las venas— saltábamos las reglas y creábamos otras más poderosas para evitar que nos pillaran. Allá, ocultos entre los fósforos verdes de Matrix… eso sí, menos brillantes, jajaja.

Hoy puedo decir que logré entender por qué y para qué existe el sistema. No todos somos iguales ni todos tenemos las mismas capacidades o habilidades. El sistema sirve para crear unas reglas de coordinación entre todos nosotros y lograr así que los más débiles también puedan aportar progreso a la sociedad. Todos somos muy valiosos, y el sistema se encarga de conducir y regular la convivencia de cada uno de nosotros para lograr eso tan denostado hoy: el bien común.

Así fuimos educados en nuestras generaciones. Un banquero y un electricista, en el fondo, son iguales, y el sistema los trata igual, solo que uno tendrá una lujosa mansión y el otro un piso en Fuenla. Pero, ante el sistema, el Estado, los jueces y el poder, todos tenemos los mismos derechos. Por ello, merecía la pena —y merece— respetar la democracia como regla básica o, en mi mundo, kernel o núcleo del sistema.

Ahora bien, escrito el marco o contenedor de la estructura de esta reflexión que hago, entremos a las tripas del problema que entre todos debemos resolver.

Hoy, ayer, unos días atrás, se está juzgando a la persona más representativa de los intereses del bien común ante la propia justicia: llámese Álvaro García Ortiz. Él no es nadie más que el representante “político” de los intereses del Estado y del bien común, incluso ante el mismísimo presidente del Gobierno. Es la persona que más debería defender el Estado de Derecho y la igualdad de todos ante las normas —esas que tanto odio, pero acato por el bien común de todos.

Él, con unos indicios bastante sólidos sobre su actuación en el caso del novio de Isabel Díaz Ayuso, obró así, como si del ‘novio de Ayuso’ se tratase, olvidando que él era el máximo garante de las reglas que dictan su derecho a una defensa ecuánime.

Él rompió las reglas y, como procesador superior del hilo, no aseguró que esa información —lejos de difundirse innecesariamente, como hemos conocido— fuera custodiada y garantizada para no filtrarse, como habría hecho con cualquier español más. No lo hizo, y esto es muy grave, muy, muy grave. Me da igual lo que pudo hacer el señor González: la realidad es que el Estado no puede ser como él, un presunto defraudador del fisco, porque el Estado no puede ser un defraudador de los derechos y garantías que todos debemos tener.

Y no, no es lo mismo que una persona delinca a que un Estado delinca, porque si así lo creen justificar los palmeros de una de las dos Españas, están muy equivocados. Aquí es donde llegamos a la conclusión de mis letras: esto es lo que podemos hacer —no callar, hablar, exhortar, discutir con todos aquellos que están justificando la tropelía de un gobierno insensato, que ha llenado de mierda el tablero político simplemente para lograr que tú no puedas pensar libremente.

¿Yo qué puedo hacer? Decirte a la cara que si defiendes esto, estás equivocado; que si no escuchas y no quieres razonar sobre la realidad que ve la mayoría, solo hay dos opciones: o eres tonto, o estás metido en el ajo. ¿Qué te estás llevando, amigo? ¿Algún carguito salpimentado de dinero público?

Las reglas están para respetarlas, siempre que la mayoría lo hagamos. Si no es así, y lo que estamos es en otro episodio, no se puede ganar la batalla de la razón con aquellos que perdieron su capacidad de razonar.

¿Tú la tienes? Pues grita, ya que si callas estarás ayudando a clavar la daga en el corazón del sistema a grito de ‘beeeeee’.