Hemos oído en innumerables ocasiones una disyuntiva en la que se refugian para justificarse quienes tienen que tomar en estos días las decisiones más importantes. El dilema, según lo presentan, consiste en que hay que elegir entre opciones supuestamente excluyentes: la salud -dicen- es muy importante, sí, pero -siguen diciendo- hay que salvaguardarla sin perder de vista la economía. Y con esta aparente dicotomía intentan explicar la laxitud de muchas medidas en momentos poco oportunos.
La realidad es que tal disociación no existe. No se trata de elegir entre salud o economía. Es más: o van juntas, o ninguna de las dos funcionará adecuadamente.
Mientras el virus siga circulando y transmitiéndose sin cortapisas será imposible recuperar la economía. De nada sirve disfrazar el interés partidista en interés general, aduciendo la apertura descontrolada de espacios interiores -que es donde se producen la gran mayoría de contagios- en pro de la economía.
En Madrid, con estas medidas, la economía cayó un 10,5%, sin distinguirse de otras partes de España. El precio a pagar ha sido ser la única Comunidad que no ha bajado de una incidencia acumulada de 200 durante toda la tercera ola, ir en cabeza de exceso de mortalidad en el año (21.000 personas, un 50 % que en 2019) y sumar el 21,5 % del total de fallecimientos mientras representamos el 14% de la población española.
Por todo ello seguimos pensando que hay que atajar rápida y contundentemente la crisis sanitaria -multiplicando recursos en atención primaria y acelerando la vacunación mañana, tarde y noche- para poder reactivar la economía con garantías. Porque ambas cosas van de la mano, aunque quienes mandan en la Comunidad de Madrid no terminen de entenderlo.